Pierdo la cuenta de las cervezas que el mesero pone en la barra
y soy incapaz a beber,
se distorsiona la realidad como la vista de un miope
tratando de ver a lo lejos sin ver lo que tiene delante.
Un anticiclón de pensamientos solitarios
con la compañía de una rubia que se sube a la cabeza con dos o tres jarras
y se cree con el derecho de tumbarme un la cama.
¡Camarero otra!

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