Y a la luna la miré cara a cara y me entendió.

Supo ver mis dolencias y no se escondió, prolongo su vida llena y junto a mi, se durmió.

Me acompaño cada noche que de lágrimas bañaba un banco, que grabado a fuego con mi nombre se quedo.

Pasaban los días y hasta la luna menguante se hacía creciente y pasaban las horas sin mirar el reloj.

Pero la luna se escondió y esa noche sentado en mi banco miré hacia arriba y le dije:

Hoy el que te espera, soy yo.

Y la luna, nueva salió.

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